Maripaz
Fernández Cano

Jefa de almacén

Maripaz tiene 48 años y vive en Málaga. Es la mayor de cinco hermanos, tres chicas y dos chicos.

Se crió con sus padres, vendedores ambulantes. Padres muy trabajadores “eso es lo que he visto yo siempre en mi casa”.

Empezó a ir al colegio de pequeña, con su hermano, en un colegio en la calle Alcazabilla. Luego pasaron a primaria hasta los 9 años, por las circunstancias familiares tuvo que dejar el colegio para cuidar a los tres hermanos pequeños. “Me encantaba aprender y sacaba buenas notas”.

Yo quería estudiar, pero no tuve esa oportunidad. En ese momento sí me dio coraje, me acuerdo, pero luego ves que tus amigas llevan la misma vida que tú, te mentalizas y crees que eso es lo que hay que hacer. Más adelante lo que quería era entrar y salir, mi madre es verdad que me recompensaba muy bien por cuidar la casa y a los niños, y yo ya podía comprarme mi ropa…

A los 17 años decidí sacarme el graduado escolar, porque yo quería trabajar y vi que sin formación no tenía ninguna salida. Lo conseguí con un notable. Y entré a trabajar en Supersol, y estando allí me salió el trabajo que tengo actualmente: 22 años llevo ya en la misma empresa.

Yo empecé en tienda, de dependienta, y a los tres meses me hicieron encargada. Mi jefa vio mi responsabilidad, y sobre todo me decía que tenía mucha iniciativa, y a los once meses me hicieron fija.

Estuve en la tienda de la Rosaleda, hasta que cerraron. Y entonces me mandaron a la costa, a La Carihuela, a Puerto Marina… Pero aquello era trabajar o de tarde o de mañana, y si estaba de tarde volvía a casa a las dos de la mañana. Aquello era horrible, ya estaba viviendo con mi marido y tenía a mi niña…

Y a los diez años de estar en tienda me llamó mi jefa y me preguntó si sabía de ordenadores. Yo le dije: “No, pero yo aprendo superrápido”. Y me metieron en almacén, con mejores condiciones, las tardes para estar con mi niña, que en aquel momento ya tenía doce años. Allí sigo desde entonces.

Durante esos años mi madre cuidaba a mi hija por las tardes. Y por la mañana en la guardería. Muchas veces me las he visto y me las he deseado, la verdad.

Yo siempre tuve claro que quería trabajar, y bendita la hora. He pasado momentos buenos y momentos malos, más que nada por la niña, que con el turno partido no la veía. Por eso cuando me llamó mi jefa para irme a la central, ¡a la central, imagínate!, yo como loca de contenta, y ya soy encargada. Empecé como ayudante de mozo de almacén, y ahora soy encargada de almacén, la que lleva las veintitrés tiendas que tiene mi jefe. Y la que compra, la que pide lo que hace falta… todo por ordenador. Y en su día no tenía ni idea de ordenador…

La conciliación no fue nada fácil, sobre todo porque la niña era muy madrera, estaba todo el día conmigo… Imagínate para despegarme yo de ella…

Pero ahí está, estudiando en Edimburgo… Segura de sí misma, increíble… ¡Lo que me ha sorprendido…! Aunque yo sabía que mi hija llegaría lejos. Se ha tirado toda la vida estudiando, una niña 10, ahora se ha ido a Edimburgo, increíble cómo se ha soltado a hablar inglés en solo tres meses, increíble. Ella se ha buscado su piso, ha buscado su trabajo, y se ha llevado sus ahorros, porque lleva desde los dieciséis años trabajando y tiene venticuatro. Piensa, como yo, que la vida está para hacer cosas.

¿En qué trabajaba cuando vivía aquí?
Ella ha trabajado como monitora del gimnasio, es técnico superior de deporte. Y teniendo su trabajo fijo ha pedido excelencia de un año, y ha volado. Y allí está.

Cuando me lo planteó, yo le dije: “Vuela, Alba. Como no lo hagas ahora, no lo haces. Porque te echas novio, te casas, tienes niños, y ya no lo haces. Lo que vas a vivir ahora, aunque esté la pandemia, no lo vas a vivir nunca”. Y se fue. Estoy muy orgullosa de ella.

¿Qué valoras más de ser gitana?
De los gitanos, valoro lo familiares que son, de cuidar y estar muy pendientes de la familia… También la fiesta… lo nuestro… Pero también soy crítica con lo que hay que mejorar: la importancia de la educación es vital para el futuro.

Y que no hay que parar nunca de formarse, de estudiar… yo en su día me saqué el graduado y empecé a trabajar, luego vino lo de la ESO, y a mí se quedó la espinita clavá, yo quería estudiar más… Y estando trabajando en el almacén, me fui a una escuela de adultos e intenté sacármelo, y me quedaron dos asignaturas, matemáticas e historia. Esas dos asignaturas las he aprobado con Vanesa, en Dosta, el año pasado. Estudiar me encanta, me encanta.

Por eso pienso seguir formándome, seguir estudiando, actualmente estoy preparando el acceso a la universidad. Soy muy constante, y lo que me propongo, lo consigo. En esto creo que he sido una inspiración para mi hija. Y quizá para otras mujeres gitanas, que cuando me ven me dicen: “tú eres la que sabe, que estás trabajando y mira qué bien estás. Pero oye, nadie me regala el sueldo, que me tengo que levantar a las seis y media de la mañana a diario…”.

¿Y qué cosa te gustaría cambiar del mundo de los gitanos?
Muchas, muchas cosas. Me gustaría cambiar tantas cosas, si yo fuera alguien importante… Pero es que, claro, la mentalidad de las personas a veces no se puede cambiar. Pero sí me gustaría… la base, la educación para mí es la base. Sin educación no hay nada. Que estudien, y que se lo inculquen. Porque ellos saben que de chiquititos tienen que ir al colegio. Pero luego, a una cierta edad, cuando ya no es obligatorio, se van.

Algunas niñas jovencitas, cuando yo estaba preparando el graduado, decían: “Mari Paz es una empollona”. Empollona no, que me lo estoy currando… que yo no estoy para perder el tiempo. Tengo cuarenta y ocho años y tengo más ilusión que nunca… Porque sé que cada paso en la formación es un cambio para bien.

Mira, cuando estuve en Dosta preparándome para sacarme la ESO, ayudé mucho a una de las chicas más jóvenes, que hasta me la traía a mi casa, con la pandemia y todo, para ayudarla a estudiar. Al final no aprobó. Y cuando fui a por mi título, estaban todas, las que se lo habían sacado y las que no. Y también estaban allí algunas madres de las niñas. Y se me acerca una de ellas, la madre de aquella chica con la que hice tan buenas migas, y me dice: ay, no veas mi hija cómo habla de ti, te tiene en un pedestal. Y le dije, tú también tienes que animarla a estudiar. Y me dice la madre ¿sabes lo que voy a hacer? Que me lo voy a preparar yo también. ¡Y no sabes la alegría que me dio!

A mí, me encantaría ver más gitanas en mi empresa. Me encantaría ir a un hospital y ver a médicas y enfermeras gitanas. O como una diputada que hay, que es gitana. Ojalá y llegue ese día.

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Maripaz
Fernández Cano

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Jefa de almacén

Maripaz tiene 48 años y vive en Málaga. Es la mayor de cinco hermanos, tres chicas y dos chicos.

Se crió con sus padres, vendedores ambulantes. Padres muy trabajadores “eso es lo que he visto yo siempre en mi casa”.

Empezó a ir al colegio de pequeña, con su hermano, en un colegio en la calle Alcazabilla. Luego pasaron a primaria hasta los 9 años, por las circunstancias familiares tuvo que dejar el colegio para cuidar a los tres hermanos pequeños. “Me encantaba aprender y sacaba buenas notas”.

Yo quería estudiar, pero no tuve esa oportunidad. En ese momento sí me dio coraje, me acuerdo, pero luego ves que tus amigas llevan la misma vida que tú, te mentalizas y crees que eso es lo que hay que hacer. Más adelante lo que quería era entrar y salir, mi madre es verdad que me recompensaba muy bien por cuidar la casa y a los niños, y yo ya podía comprarme mi ropa…

A los 17 años decidí sacarme el graduado escolar, porque yo quería trabajar y vi que sin formación no tenía ninguna salida. Lo conseguí con un notable. Y entré a trabajar en Supersol, y estando allí me salió el trabajo que tengo actualmente: 22 años llevo ya en la misma empresa.

Yo empecé en tienda, de dependienta, y a los tres meses me hicieron encargada. Mi jefa vio mi responsabilidad, y sobre todo me decía que tenía mucha iniciativa, y a los once meses me hicieron fija.

Estuve en la tienda de la Rosaleda, hasta que cerraron. Y entonces me mandaron a la costa, a La Carihuela, a Puerto Marina… Pero aquello era trabajar o de tarde o de mañana, y si estaba de tarde volvía a casa a las dos de la mañana. Aquello era horrible, ya estaba viviendo con mi marido y tenía a mi niña…

Y a los diez años de estar en tienda me llamó mi jefa y me preguntó si sabía de ordenadores. Yo le dije: “No, pero yo aprendo superrápido”. Y me metieron en almacén, con mejores condiciones, las tardes para estar con mi niña, que en aquel momento ya tenía doce años. Allí sigo desde entonces.

Durante esos años mi madre cuidaba a mi hija por las tardes. Y por la mañana en la guardería. Muchas veces me las he visto y me las he deseado, la verdad.

Yo siempre tuve claro que quería trabajar, y bendita la hora. He pasado momentos buenos y momentos malos, más que nada por la niña, que con el turno partido no la veía. Por eso cuando me llamó mi jefa para irme a la central, ¡a la central, imagínate!, yo como loca de contenta, y ya soy encargada. Empecé como ayudante de mozo de almacén, y ahora soy encargada de almacén, la que lleva las veintitrés tiendas que tiene mi jefe. Y la que compra, la que pide lo que hace falta… todo por ordenador. Y en su día no tenía ni idea de ordenador…

La conciliación no fue nada fácil, sobre todo porque la niña era muy madrera, estaba todo el día conmigo… Imagínate para despegarme yo de ella…

Pero ahí está, estudiando en Edimburgo… Segura de sí misma, increíble… ¡Lo que me ha sorprendido…! Aunque yo sabía que mi hija llegaría lejos. Se ha tirado toda la vida estudiando, una niña 10, ahora se ha ido a Edimburgo, increíble cómo se ha soltado a hablar inglés en solo tres meses, increíble. Ella se ha buscado su piso, ha buscado su trabajo, y se ha llevado sus ahorros, porque lleva desde los dieciséis años trabajando y tiene venticuatro. Piensa, como yo, que la vida está para hacer cosas.

¿En qué trabajaba cuando vivía aquí?
Ella ha trabajado como monitora del gimnasio, es técnico superior de deporte. Y teniendo su trabajo fijo ha pedido excelencia de un año, y ha volado. Y allí está.

Cuando me lo planteó, yo le dije: “Vuela, Alba. Como no lo hagas ahora, no lo haces. Porque te echas novio, te casas, tienes niños, y ya no lo haces. Lo que vas a vivir ahora, aunque esté la pandemia, no lo vas a vivir nunca”. Y se fue. Estoy muy orgullosa de ella.

¿Qué valoras más de ser gitana?
De los gitanos, valoro lo familiares que son, de cuidar y estar muy pendientes de la familia… También la fiesta… lo nuestro… Pero también soy crítica con lo que hay que mejorar: la importancia de la educación es vital para el futuro.

Y que no hay que parar nunca de formarse, de estudiar… yo en su día me saqué el graduado y empecé a trabajar, luego vino lo de la ESO, y a mí se quedó la espinita clavá, yo quería estudiar más… Y estando trabajando en el almacén, me fui a una escuela de adultos e intenté sacármelo, y me quedaron dos asignaturas, matemáticas e historia. Esas dos asignaturas las he aprobado con Vanesa, en Dosta, el año pasado. Estudiar me encanta, me encanta.

Por eso pienso seguir formándome, seguir estudiando, actualmente estoy preparando el acceso a la universidad. Soy muy constante, y lo que me propongo, lo consigo. En esto creo que he sido una inspiración para mi hija. Y quizá para otras mujeres gitanas, que cuando me ven me dicen: “tú eres la que sabe, que estás trabajando y mira qué bien estás. Pero oye, nadie me regala el sueldo, que me tengo que levantar a las seis y media de la mañana a diario…”.

¿Y qué cosa te gustaría cambiar del mundo de los gitanos?
Muchas, muchas cosas. Me gustaría cambiar tantas cosas, si yo fuera alguien importante… Pero es que, claro, la mentalidad de las personas a veces no se puede cambiar. Pero sí me gustaría… la base, la educación para mí es la base. Sin educación no hay nada. Que estudien, y que se lo inculquen. Porque ellos saben que de chiquititos tienen que ir al colegio. Pero luego, a una cierta edad, cuando ya no es obligatorio, se van.

Algunas niñas jovencitas, cuando yo estaba preparando el graduado, decían: “Mari Paz es una empollona”. Empollona no, que me lo estoy currando… que yo no estoy para perder el tiempo. Tengo cuarenta y ocho años y tengo más ilusión que nunca… Porque sé que cada paso en la formación es un cambio para bien.

Mira, cuando estuve en Dosta preparándome para sacarme la ESO, ayudé mucho a una de las chicas más jóvenes, que hasta me la traía a mi casa, con la pandemia y todo, para ayudarla a estudiar. Al final no aprobó. Y cuando fui a por mi título, estaban todas, las que se lo habían sacado y las que no. Y también estaban allí algunas madres de las niñas. Y se me acerca una de ellas, la madre de aquella chica con la que hice tan buenas migas, y me dice: ay, no veas mi hija cómo habla de ti, te tiene en un pedestal. Y le dije, tú también tienes que animarla a estudiar. Y me dice la madre ¿sabes lo que voy a hacer? Que me lo voy a preparar yo también. ¡Y no sabes la alegría que me dio!

A mí, me encantaría ver más gitanas en mi empresa. Me encantaría ir a un hospital y ver a médicas y enfermeras gitanas. O como una diputada que hay, que es gitana. Ojalá y llegue ese día.