MaricruzRodriguez
Vendedora ambulante
Maricruz es una mujer generosa que vive para los demás: de pequeña cuidaba de sus ocho hermanos y de la casa mientras sus padres trabajaban en el mercadillo. Hoy es abuela de un nieto, madre de tres hijos y esposa de un pastor evangélico, y además de cuidar a su familia también se encarga de ayudar a las mujeres de la comunidad, algunas de ellas maltratadas, y a las personas necesitadas que acuden a la iglesia.
“Mi día a día se divide entre el mercadillo, mi familia y también ayudar en el culto”.
La gran obsesión de Maricruz, desde que fue madre, ha sido que sus hijos estudiaran, aunque para eso tuvieran que levantarse, su marido y ella, a las cinco de la madrugada para llevarlos desde Antequera a Málaga, a veces en pleno invierno y con niebla en la carretera, sin que ni un solo día llegaran tarde a clase.
“Yo confío en que nuestras costumbres, nuestras rarezas, no se van a perder. Que pueden estudiar, que es compatible con ser gitanos. Y me siento orgullosa de lo que han podido lograr mis hijos, lo que no pude lograr yo… porque a mí también me hubiese gustado estudiar”.
MARICRUZ RODRÍGUEZ
Madre, abuela, vendedora ambulante, mujer de un pastor evangelista y castañera en invierno.
Su familia
Maricruz nació en una familia grande, de 10 hermanos. Sus padres, dedicados a la venta ambulante, viajaban mucho, de forma que tuvieron 3 hijos en Barcelona, otros 2 en Granada y los últimos 4 en Málaga, donde se asentaron definitivamente. Además de la venta ambulante, su padre a veces trabajaba también de camarero, o atendiendo una peña flamenca en la que organizaba festivales flamencos.
Era la cuarta de 9 hermanos, y entre la mayor y ella se encargaban de la casa y de sus hermanos mientras sus padres estaban en el mercadillo. De su infancia en Málaga recuerda limpiar, cocinar para todos, cuidar de los más pequeños…
Su día a día: el mercadillo, su familia y el culto.
Su principal actividad es el mercadillo, cinco días a la semana, cada día en un barrio diferente. “Hacemos el día de venta, y luego a la casa, hacer de comer, los hijos, el nieto… Mis hijos tiran mucho de mí. Los dos solteros viven todavía con nosotros. Y la mayor con su marido y su niño viven cerquita de casa.
Por las tardes, como somos evangélicos y llevamos una iglesia, vamos al culto. Y las tardes que no hay culto, nos ocupamos de la mercancía para el mercadillo, prepararla y revisarla…
Interés en que estudiaran sus hijos
Cuando sus tres hijos eran pequeños, Mari Cruz y su marido vivían en Antequera, donde atendían una iglesia Anglicana, y a veces terminaban muy tarde, incluso de madrugada. “Pero no hubo un solo día lectivo en el que no nos levantáramos muy temprano, a las 4 o a las 5 de la madrugada aunque hiciera mucho frío, siempre a tiempo para traer a los hijos al colegio a Málaga y que no perdieran ni un solo día de clase”. Ellos tenían claro que querían que todos estudiasen: las niñas y el niño.
Mari Cruz cuenta con orgullo que la hija mayor tiene su carrera, la segunda se sacó un grado medio y el niño se salió del colegio a los 16 pero ahora está intentando sacarse el graduado para hacer un grado medio también.
¿Ha tenido Mari Cruz problemas por ser gitana?
“De pequeña casi nunca tuve problemas, porque iba siempre a la compra muy arreglada, era muy rubita, y aunque nunca he renegado de ser gitana, tampoco me asociaban al mundo gitano. Eso sí, cuando iba con alguna de mis hermanas o con mi madre, sí nos trataban como a gitanas: entrar en una tienda y que te sigan porque creen que vas a coger alguna cosa, y ese tipo de situaciones…”.
Mari Cruz, la pastora
En la iglesia, el papel de la mujer del pastor, además de ayudar a su marido, es el de ocuparse y atender a las mujeres de la comunidad; por ejemplo, nos cuenta Mari Cruz, cuando llega una mujer víctima de violencia de género. Si es para hablar de maltrato, de problemas con el marido, siempre las atiende ella. “Este es el papel de la mujer del pastor. También ayudar a personas con problemas con drogas, o a familias que no tienen ni para comer… Son un par de horas al día en la iglesia”, nos cuenta. “Aparte, nosotros tenemos dos cultos a la semana. Y también nos llaman para ir a alguna casa, porque alguien se ha puesto enfermo y tenemos que ir a visitarle…”
Comenta Mari Cruz que el culto no es sólo el culto, que hay mucho alrededor de la labor de un pastor y su mujer, de asistir a la gente. “El culto es mucho más que cantar tres canciones, hay que ayudar a las personas también”.
“Al culto van gitanos y no gitanos. Nosotros en la iglesia tenemos gitanos, tenemos castellanos, venezolanos, sudamericanos, gente de muchas partes… Muchas personas, amistades, vienen a pedirme consejo. Cuando ayudo a una persona y sale bien, es una satisfacción muy grande…”.
Mujer luchadora
Mari Cruz es una luchadora nata desde que nació: lucha contra la discriminación y lucha, por supuesto, por el progreso de la comunidad gitana, sin ella tener mucha conciencia de estar haciéndolo. “Porque ella es así, porque le sale de dentro”, nos dice su hija. En la comunidad se la conoce por cómo ha luchado, la vida que ha llevado…
Fue la única de sus hermanos que quiso estudiar, y no pudo. A pesar de no haber tenido el ejemplo de nadie de su familia que hubiera estudiado, ella tenía otra visión, otra manera de ver las cosas… “Sabía que por ahí había una salida”, comenta su hija mayor. Bien mirado, desde pequeña Mari Cruz vive para los demás, primero lucha por sus hermanos para que tengan higiene, para que tengan alimentos, la casa limpia… Luego sigue luchando como pastora; y ahí su lucha ya no es sólo para los gitanos, sino por los demás, por todos los que aparecen por su iglesia…
¿De qué se siente más orgullosa?
“Me siento muy orgullosa… primero por que tengo a Dios en mi vida, y luego porque tengo mis niños, que estoy muy orgullosa de cada uno ellos, de mi marido que también es muy buen hombre… Orgullosa de lo que han podido lograr mis hijos, lo que no pude lograr yo… porque a mí también me hubiese gustado estudiar”.
Cuenta Mari Cruz cómo de niña intentaba convencer a su madre: “déjame que vaya a estudiar, y mi madre me decía: si es que no se puede, porque hay muchos niños, y tienes que ayudar a tu hermana; así que yo no podía ir al colegio”. Eso siempre ha sido para Mari Cruz una cosa que no la ha dejado estar bien consigo misma. Le gustaría mucho haber estudiado, y por eso ha tenido tan claro que, costase lo que costase, sus hijos tenían que estudiar. Y para ella eso es un logro.
Mari Cruz la castañera
Nos cuenta Mari Cruz que en la temporada de otoño se dedica a vender castañas. Lo hace cada año, siempre durante tres meses. Tiene su puesto en la calle Atarazanas, frente al mercado central.
Es un oficio, nos cuenta ella, heredado de generación en generación. Y un trabajo muy asociado al pueblo gitano, recalca con orgullo. Cuando se le pregunta a Mari Cruz por su día a día en el puesto de castañas, se le ilumina la cara: “Ese puesto le pertenecía a mi suegro y nos lo dejó a mi marido y a mí; lo hemos heredado. Ahora soy yo quien lo lleva. Me gusta porque, aunque las castañas es un trabajo esforzado, hay mucha relación con las personas. Viene muchísima gente, y muchas personas a veces se han parado, me han contado sus problemas, han llorado, y yo he podido aconsejarlas”.
Mari Cruz opina que no es un negocio como tal, pero sí es una ayuda. Y sobre todo lo que más le gusta es que estando ahí, ella tiene mucho contacto con las personas, que hay gente que la conoce de muchísimos años, los vecinos de la zona, de los comercios de alrededor, con los que se lleva bien… “Además, tengo fama de que hago muy buenas castañas, por eso tengo buena clientela…”.
¿Cómo ve Mari Cruz el futuro del pueblo gitano?
“Yo creo que cada día vamos avanzando más, porque el gitano en sí, hace tiempo era más rechazado, estaba más apartado de la sociedad…”. Pero ahora que los jóvenes estudian, se sacan sus carreras, están trabajando… “Ahora vamos con la cabeza un poco más levantada. Y la integración viene por ahí, por la educación y por lo laboral. Y la prosperidad para los gitanos también”.
Viendo a su familia, todo apunta a que sus nietos no tengan que ir al mercadillo, que puedan estudiar, trabajar, que tengan una mente abierta… Sus abuelos han conseguido dar un giro que afecta sin duda a las generaciones venideras.
Hablamos de los valores gitanos
Mari Cruz: “Yo confío en que nuestras costumbres, nuestras rarezas, no se van a perder. Que pueden estudiar, que es compatible”.“Hay cambios, hay progreso dentro del mundo gitano. Nuestras rarezas no tienen por qué ser casarse antes de terminar los estudios, sino hacer una boda gitana. Y eso no se va a perder”.
Como si de una cariátide se tratase, Mari Cruz Rodríguez sostiene con su fuerza vital los cimientos de su familia y de sus creencias, a la vez que, con dulzura, reparte afecto, cariño y consuelo a todos los que la rodean y lo necesitan.
Victoria Abón
Fotógrafa Colectivo FAMA
Maricruz Rodriguez
Vendedora ambulante
Maricruz es una mujer generosa que vive para los demás: de pequeña cuidaba de sus ocho hermanos y de la casa mientras sus padres trabajaban en el mercadillo. Hoy es abuela de un nieto, madre de tres hijos y esposa de un pastor evangélico, y además de cuidar a su familia también se encarga de ayudar a las mujeres de la comunidad, algunas de ellas maltratadas, y a las personas necesitadas que acuden a la iglesia.
“Mi día a día se divide entre el mercadillo, mi familia y también ayudar en el culto”.
La gran obsesión de Maricruz, desde que fue madre, ha sido que sus hijos estudiaran, aunque para eso tuvieran que levantarse, su marido y ella, a las cinco de la madrugada para llevarlos desde Antequera a Málaga, a veces en pleno invierno y con niebla en la carretera, sin que ni un solo día llegaran tarde a clase.
“Yo confío en que nuestras costumbres, nuestras rarezas, no se van a perder. Que pueden estudiar, que es compatible con ser gitanos. Y me siento orgullosa de lo que han podido lograr mis hijos, lo que no pude lograr yo… porque a mí también me hubiese gustado estudiar”.
MARICRUZ RODRÍGUEZ
Madre, abuela, vendedora ambulante, mujer de un pastor evangelista y castañera en invierno.
Su familia
Maricruz nació en una familia grande, de 10 hermanos. Sus padres, dedicados a la venta ambulante, viajaban mucho, de forma que tuvieron 3 hijos en Barcelona, otros 2 en Granada y los últimos 4 en Málaga, donde se asentaron definitivamente. Además de la venta ambulante, su padre a veces trabajaba también de camarero, o atendiendo una peña flamenca en la que organizaba festivales flamencos.
Era la cuarta de 9 hermanos, y entre la mayor y ella se encargaban de la casa y de sus hermanos mientras sus padres estaban en el mercadillo. De su infancia en Málaga recuerda limpiar, cocinar para todos, cuidar de los más pequeños…
Su día a día: el mercadillo, su familia y el culto.
Su principal actividad es el mercadillo, cinco días a la semana, cada día en un barrio diferente. “Hacemos el día de venta, y luego a la casa, hacer de comer, los hijos, el nieto… Mis hijos tiran mucho de mí. Los dos solteros viven todavía con nosotros. Y la mayor con su marido y su niño viven cerquita de casa.
Por las tardes, como somos evangélicos y llevamos una iglesia, vamos al culto. Y las tardes que no hay culto, nos ocupamos de la mercancía para el mercadillo, prepararla y revisarla…
Interés en que estudiaran sus hijos
Cuando sus tres hijos eran pequeños, Mari Cruz y su marido vivían en Antequera, donde atendían una iglesia Anglicana, y a veces terminaban muy tarde, incluso de madrugada. “Pero no hubo un solo día lectivo en el que no nos levantáramos muy temprano, a las 4 o a las 5 de la madrugada aunque hiciera mucho frío, siempre a tiempo para traer a los hijos al colegio a Málaga y que no perdieran ni un solo día de clase”. Ellos tenían claro que querían que todos estudiasen: las niñas y el niño.
Mari Cruz cuenta con orgullo que la hija mayor tiene su carrera, la segunda se sacó un grado medio y el niño se salió del colegio a los 16 pero ahora está intentando sacarse el graduado para hacer un grado medio también.
¿Ha tenido Mari Cruz problemas por ser gitana?
“De pequeña casi nunca tuve problemas, porque iba siempre a la compra muy arreglada, era muy rubita, y aunque nunca he renegado de ser gitana, tampoco me asociaban al mundo gitano. Eso sí, cuando iba con alguna de mis hermanas o con mi madre, sí nos trataban como a gitanas: entrar en una tienda y que te sigan porque creen que vas a coger alguna cosa, y ese tipo de situaciones…”.
Mari Cruz, la pastora
En la iglesia, el papel de la mujer del pastor, además de ayudar a su marido, es el de ocuparse y atender a las mujeres de la comunidad; por ejemplo, nos cuenta Mari Cruz, cuando llega una mujer víctima de violencia de género. Si es para hablar de maltrato, de problemas con el marido, siempre las atiende ella. “Este es el papel de la mujer del pastor. También ayudar a personas con problemas con drogas, o a familias que no tienen ni para comer… Son un par de horas al día en la iglesia”, nos cuenta. “Aparte, nosotros tenemos dos cultos a la semana. Y también nos llaman para ir a alguna casa, porque alguien se ha puesto enfermo y tenemos que ir a visitarle…”
Comenta Mari Cruz que el culto no es sólo el culto, que hay mucho alrededor de la labor de un pastor y su mujer, de asistir a la gente. “El culto es mucho más que cantar tres canciones, hay que ayudar a las personas también”.
“Al culto van gitanos y no gitanos. Nosotros en la iglesia tenemos gitanos, tenemos castellanos, venezolanos, sudamericanos, gente de muchas partes… Muchas personas, amistades, vienen a pedirme consejo. Cuando ayudo a una persona y sale bien, es una satisfacción muy grande…”.
Mujer luchadora
Mari Cruz es una luchadora nata desde que nació: lucha contra la discriminación y lucha, por supuesto, por el progreso de la comunidad gitana, sin ella tener mucha conciencia de estar haciéndolo. “Porque ella es así, porque le sale de dentro”, nos dice su hija. En la comunidad se la conoce por cómo ha luchado, la vida que ha llevado…
Fue la única de sus hermanos que quiso estudiar, y no pudo. A pesar de no haber tenido el ejemplo de nadie de su familia que hubiera estudiado, ella tenía otra visión, otra manera de ver las cosas… “Sabía que por ahí había una salida”, comenta su hija mayor. Bien mirado, desde pequeña Mari Cruz vive para los demás, primero lucha por sus hermanos para que tengan higiene, para que tengan alimentos, la casa limpia… Luego sigue luchando como pastora; y ahí su lucha ya no es sólo para los gitanos, sino por los demás, por todos los que aparecen por su iglesia…
¿De qué se siente más orgullosa?
“Me siento muy orgullosa… primero por que tengo a Dios en mi vida, y luego porque tengo mis niños, que estoy muy orgullosa de cada uno ellos, de mi marido que también es muy buen hombre… Orgullosa de lo que han podido lograr mis hijos, lo que no pude lograr yo… porque a mí también me hubiese gustado estudiar”.
Cuenta Mari Cruz cómo de niña intentaba convencer a su madre: “déjame que vaya a estudiar, y mi madre me decía: si es que no se puede, porque hay muchos niños, y tienes que ayudar a tu hermana; así que yo no podía ir al colegio”. Eso siempre ha sido para Mari Cruz una cosa que no la ha dejado estar bien consigo misma. Le gustaría mucho haber estudiado, y por eso ha tenido tan claro que, costase lo que costase, sus hijos tenían que estudiar. Y para ella eso es un logro.
Mari Cruz la castañera
Nos cuenta Mari Cruz que en la temporada de otoño se dedica a vender castañas. Lo hace cada año, siempre durante tres meses. Tiene su puesto en la calle Atarazanas, frente al mercado central.
Es un oficio, nos cuenta ella, heredado de generación en generación. Y un trabajo muy asociado al pueblo gitano, recalca con orgullo. Cuando se le pregunta a Mari Cruz por su día a día en el puesto de castañas, se le ilumina la cara: “Ese puesto le pertenecía a mi suegro y nos lo dejó a mi marido y a mí; lo hemos heredado. Ahora soy yo quien lo lleva. Me gusta porque, aunque las castañas es un trabajo esforzado, hay mucha relación con las personas. Viene muchísima gente, y muchas personas a veces se han parado, me han contado sus problemas, han llorado, y yo he podido aconsejarlas”.
Mari Cruz opina que no es un negocio como tal, pero sí es una ayuda. Y sobre todo lo que más le gusta es que estando ahí, ella tiene mucho contacto con las personas, que hay gente que la conoce de muchísimos años, los vecinos de la zona, de los comercios de alrededor, con los que se lleva bien… “Además, tengo fama de que hago muy buenas castañas, por eso tengo buena clientela…”.
¿Cómo ve Mari Cruz el futuro del pueblo gitano?
“Yo creo que cada día vamos avanzando más, porque el gitano en sí, hace tiempo era más rechazado, estaba más apartado de la sociedad…”. Pero ahora que los jóvenes estudian, se sacan sus carreras, están trabajando… “Ahora vamos con la cabeza un poco más levantada. Y la integración viene por ahí, por la educación y por lo laboral. Y la prosperidad para los gitanos también”.
Viendo a su familia, todo apunta a que sus nietos no tengan que ir al mercadillo, que puedan estudiar, trabajar, que tengan una mente abierta… Sus abuelos han conseguido dar un giro que afecta sin duda a las generaciones venideras.
Hablamos de los valores gitanos
Mari Cruz: “Yo confío en que nuestras costumbres, nuestras rarezas, no se van a perder. Que pueden estudiar, que es compatible”.“Hay cambios, hay progreso dentro del mundo gitano. Nuestras rarezas no tienen por qué ser casarse antes de terminar los estudios, sino hacer una boda gitana. Y eso no se va a perder”.
Como si de una cariátide se tratase, Mari Cruz Rodríguez sostiene con su fuerza vital los cimientos de su familia y de sus creencias, a la vez que, con dulzura, reparte afecto, cariño y consuelo a todos los que la rodean y lo necesitan.
Victoria Abón
Fotógrafa Colectivo FAMA